Desde hace por lo menos medio siglo, Argentina atraviesa una situación de conflicto hegemónico. Pero convertir a una nación que cuenta con un nivel intermedio de industrialización y desarrollo en un califato petrolero y agropecuario es una apuesta inédita que no solo revela un alto grado de ideologización de la práctica estatal de la actual administración, sino directamente pérdida de contacto entre el colectivo político que está a cargo del Poder Ejecutivo y la realidad social.

En la práctica, significa pasar de una nación integrada territorialmente y verticalmente con un sector primario, secundario y de servicios en un país segmentado, desindustrializado y fragmentado socialmente. Eso no significa que el actual sistema productivo no tenga desequilibrios regionales ni que su sistema productivo esté perfectamente integrado.

Leer nota completa