El viernes pasado el gobierno modificó de manera relevante su política económica: decidió flexibilizar el cepo cambiario para las personas, manteniendo restricciones para las empresas.

¿Por qué se toma esta decisión ahora? Básicamente porque el esquema anterior, mostraba signos de agotamiento claros: el dólar oficial estaba atrasado, las reservas internacionales eran profundamente negativas y la inflación volvió a acelerarse, marcando 3,7% en marzo. Más allá del relato, los datos eran elocuentes.

Flexibilizar el control de cambios es un paso necesario pero la clave para evaluar su éxito no está solamente en lo que ocurra en el corto plazo —aunque sin duda eso también importa—, sino en qué tanto ayudan a construir una economía más sólida y sostenible para el futuro. Y esa sostenibilidad se juega en tres planos: el financiero, el estructural del sector externo, y el político-electoral.

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