Esta semana, otras dos visitas europeas a Washington habían sancionado definitivamente la novedad de que la diplomacia con Washington pasa a ser cuestión de hacer sentir adulada a la presidencia imperial y abandona el ámbito de la relación entre gobiernos. Emmanuel Macron y Keir Starmer pasaron en rápida sucesión por la Casa Blanca abrumados por la aprensión de conocer de boca del mismísimo Donald Trump los términos de la separación de bienes en el divorcio propuesto la semana anterior por el vicepresidente J. D. Vance en Múnich. Ambos líderes europeos se fueron con las manos vacías respecto de uno de los temas que más los preocupan.
Entretanto, habrá seguramente jefes de Estado en países de menor poder que extraerán de estas dos visitas la lección, conveniente a su propia visión de la política internacional como un concurso de personalidades, de creerse validados en su esfuerzo por ser aceptados como cortesanos, así terminen fungiendo sólo de bufones.
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