Conmocionar y estremecer es el modus operandi del nuevo gobierno de Donald Trump. Es elocuente que el guion que está aplicando a sus primeras acciones de política doméstica y exterior se guíe por la idea de shock and awe, concebida en 2003 para provocar la muerte súbita del régimen de Saddam Hussein tras la invasión a Irak. A nivel doméstico la oposición demócrata queda como alcanzada por una pistola táser en el pecho. En el plano internacional, los gobiernos de otros países se notifican con escalofríos de cuán vulnerables son.

La primera salida al exterior del secretario de Estado Marco Rubio tiene los modos de una fulminante blitzkrieg diplomática. Y como el medio es el mensaje, su viaje a cinco países centroamericanos y caribeños contiene una doctrina. En 1823, el presidente James Monroe advirtió a las potencias europeas que no iba a tolerar que intentaran poner bajo su control o influencia a los países de “los continentes americanos” que habían alcanzado (o casi) su independencia. 202 años después, el actual sucesor de Monroe se dirigió a China en los mismos exactos términos. Trump no trepidó en señalar falsamente que la potencia asiática controla el Canal de Panamá para la botadura de su propia versión de la antigua doctrina.

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