Las madres y sus bebés, protagonistas de la lactancia, tienen muchas necesidades –que no podríamos haber previsto antes de que ocurrieran–. Como sociedad, solemos dejar esas cuestiones en manos de la familia, en un ámbito privado, sin atender al carácter inevitablemente social y político de los cuidados. Lo lógico sería entonces que le diéramos al resto de esa familia la responsabilidad de estar presente y aportar a ese proceso de lactancia, desde su lugar. Pero, al día de hoy, la ley argentina, según el Régimen de Contrato de Trabajo (Ley N° 20.744, texto ordenado por Decreto 390 del año 1976) le da al trabajador apenas dos días corridos de licencia por “nacimiento de hijo”. Empecemos por ahí: la ley no reconoce identidades de género y a ese trabajador varón le da 2 días de licencia, luego le toca volver a su trabajo remunerado.

Entonces los papás no gestantes solo tenemos 48 horas para acompañar de manera plena y activa por ley. El Estado argentino no nos permite estar presentes más allá de eso. ¿Qué pasa cuando la mamá necesita cualquier ayuda, en esas primeras jornadas prendidas a la teta? ¿Quién le trae agua cuando se acaba de dormir el bebé en su pecho? ¿Qué pasa en los miles de casos donde además hay dificultades para la lactancia? ¿Y si la persona gestante o la recién nacida necesita quedar internada en el hospital más tiempo? (algo que es habitual, por ejemplo en cesáreas).

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